jueves, 12 de marzo de 2015

La Sombra





(El artista es la marioneta del Mal interior.)

La humanidad comparte sueños y los devora en su propia esencia. Si es el individuo, quien sacrifica su genio y funde con la especie, o si es la especie la que se desangra y crea individualidades, no es algo que nos perturbe por ahora. Sea como fuere, tenemos necesariamente, dos tipos de telones. Uno que representa al mal individual, y otro al mal colectivo.  ¿A qué me refiero con esto? A nada distinto de lo que plantea Jung, a la sombra. Aquellos deseos, emociones, pensamientos, y cualidades negativas que reprimimos y no reconocemos como constitutivas de nuestro ego o cultura. La sombra es el mundo oscuro, el mundo excluido, aquél edén maligno en que incesantemente se forjan las desgracias que perturban nuestra serena paz. Es un telón rojo, que ausente, da sentido al escenario. Es la inconsciencia oscura, en la cual cegamos nuestros peores y desagradables defectos. No tardamos en crear un monstruo, negro, un animal, que hambriento, se libera para ir a devorar flores color dorado.



(La represión racional crea un animal vivo y salvaje)

(Mas el animal no encuentra, por medio de esa razón, campos fértiles por donde errar)


(El animal se degrada y se retira a las sombras de la lógica racional)


(Victorioso, se alimenta a salvo, y disfruta de impartir mal desde la sombra) 

Si el animal individual, basta para desestabilizar la débil personalidad humana, y llevarla a la explosión neurótica, ¿Se imaginan lo que podría hacer el animal colectivo? No es necesario, tómese los más elementales de los manuales de historia, o un libro de arte, y  no se tardará en descubrir que “la razón produce monstruos”. No quiero hablar más, ni adornar este texto a fin de construir un estúpido halago al ego, como muchos intelectuales encuentran en sus investigaciones.  Llego a una rápida conclusión, a la cual ha llegado mucha gente, incluido Jung.

Para evitar al animal colectivo, y no ceder nuestra carne a la furia reprimida del animal individual, ha de armonizarse lo salvaje. Ha de crearse una proporción feroz, una forma caótica, una carne divina.  Me refiero a la expresión artística del animal, de la sombra, tanto colectivo como individual


(Si decidimos montar al animal, y obligarlo a permanecer en el ámbito de la materia, se tornará manso al lobo).

Sin embargo, no todos son artistas, ni tienen porque serlo. Me corrijo, todos deben ser artistas, pero no a la manera que la academia lo exige. El artista mundano, debe adoctrinar salvajemente a su animal, permitiéndole la expresión de su esencia y su negatividad en su cuerpo físico y exterior. Cuando hablo de exterior hablo también de pensamientos y emociones. Ambos, son materia y gozan de la misma realidad ontológica que una mano, uñas, cabello, o corazón. Si el individuo representa a su animal artísticamente, la fuerza expresiva del mismo se verá incluida, y no  reprimida neuróticamente. Una vez vivamos en una sociedad de individuos animales, debemos trabajar ahora en derrocar al monstruo que rige desde las sombras y hacerlo visible.  Hacer la sombra material. Y hacer la sombra material social y cultural. El arte es el medio. Por ende, se me ocurre como un  factor fundamental la propia estética y vestimenta. Como expresión a priori de la propia animalidad y salvajismo divino. La vestimenta es la articulación individual, que se atreve incluso a jugar un papel político en la sociedad. Es el grito salvaje del individuo a su manada, a su especie, y toda la totalidad de la naturaleza.  La siguiente propuesta, abarcará los textos venideros, considerando la doctrina de la vestimenta, eje clave para la expresión sana del monstruo interior que reprimimos, tanto individualmente, como en el horror colectivo que se ha experimentado en todas las sociedades genocidas a lo largo de la historia.  El mal no puede hacer daño en el arte. Por ende, trasladémoslo allí y hagámoslo visible mediante la estética y no la guerra, los crímenes y la violencia mundana.  Materialicémoslo, y expiemos a nuestra razón, que ahora acepta al animal como igual, de su horroroso pasado. Para ello, materialicemos su animalidad, ¿Cómo?  Adornémosla con prendas y hagamos de la vestimenta la oda individual y colectiva a monstruos que nos dañan desde las sombras, y que por contrario, sólo nos harían bien si le arrojáramos luz, irracionalmente bella y material.  





(La vestimenta, la sublime expresión de lo salvaje) 


(La sombra individual, y por ende la colectiva, se hace materia individual, y por ende colectiva) 

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