martes, 29 de septiembre de 2015

Epílogo: Los Nervios Condenados.




En este epílogo me gustaría reivindicar de manera completa, a fin de cierre, a los nervios condenados. Los nervios condenados no son sino el espectro animal que he intentado a lo largo de mis textos hacer carne. La razón y los conceptos reprimen una naturaleza salvaje que debería estar presente en nuestra vida. Eso la dota de ambición y poder. Es lastimero ver como aceptamos las condiciones que nos rodean. Aceptar es comprender. Comprender es razonar.

No soy un fanático religioso ni un inquisidor respecto al conocimiento. Simplemente pienso, como dije en uno de mis textos, que todo conocimiento sin consecuencias prácticas es aire. Quien quiera encerrar a la literatura y a las artes en meros estadios contemplativos e inmateriales, e imponer una comprensión teórica y filosófica del mundo, debe tener mucho cuidado. Porque está considerando que el saber es un bien en sí mismo.  Sin embargo, no debe detenerse. Debe llegar hasta sus máximas consecuencias. Debe poder razonar, con su preciada lógica, que morirá y nada será. Si este saber le da un motivo para vivir, y este motivo para vivir es solo contemplar  el saber,  hemos de concluir que este hombre es digno de ser ignorado. Los sabios son cobardes.

Por tanto, en estos escritos me he dedicado a reivindicar cada parte negativa de la naturaleza humana. Aquellas pasiones y esquemas que han sido derrocados por la historia y condenados a no ser más. En las creencias que consideramos erradas, en aquellos horrores y monstruos del razonamiento,  se encuentra una fuerza vital que es mucho más poderosa que la mera teoría aceptada por una convención académica. Las creaciones, independientemente de su validación, tienen una fuerza de verdad, un anhelo de existencia que se impone a cualquier análisis de juicios. Hay irrazones y fantasías sedientas de realidad. ¿Por qué negarles la carne?





Los impulsos humanos son muchos más valiosos que los conceptos, y en ello esbozo una idea progresiva de animalidad. Nunca hablé de un retorno a lo animal, sino un camino hacía el. Habiendo cesado el imperio de los dogmas en la ilustración y muertos los conceptos humanos en los campos de concentración, la posibilidad de rescatar una parte de aquello que llamamos “humano” la encuentro solamente en nuestra naturaleza animal. La estética que ningún concepto puede ya garantizar se encuentra viva y naciente en lo animal. Solo así es posible de hablar de belleza sin resucitar a Dios. Sin rezarle a dogmas. La emocionalidad constituye lo más noble de nuestra esencia. Los nervios condenados redimen al hombre de su hondo y amargo futuro. Es cierto que moriremos, pero ese es un problema de la razón. La muerte solo es una desgracia para los sabios. Para los poetas  es un milagro. 

Marcos Liguori

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