Procesión.
Se arrastran
fieles las rodillas
Percudidas por
tanto dolor
El cruel Sol
azota, con los dorados cables
De su imperturbable flagelo.
Arde y aúlla la parca
Sobre corazones
temerosos
Y el divino
anhelo
De un Dios
que perdona
Se pierde a
lo lejos, en el horizonte.
Marcha
fúnebre en vida
Muerte anticipada
Último baile
de las entrañas
De quienes
saben, que aunque en el rezo
No tendrán salvación.
¿Por qué se
arrepienten antes del temblor?
¿Por qué no
entregan, su maldita carne
A un último
festín?
¿Será que esperan,
en medio del grito,
Lograr el canto?
Interludio infausto antes
de que muera el sol. El mar y el ajedrez entre las rocas. La partida es la vida,
y la muerte siempre gana. Aun así, la jugamos. ¿Qué esperamos lograr, entre el peón y el jaque?
Hay en el cuerpo una artería derrotada que todavía clama
por Dios. Ve con ojos llorosos que la nada le espera, pero no se resigna a asimilar
esa verdad. No quiere morir, aun cuando ya es demasiado tarde para vivir de
nuevo. Ese atardecer, ese estadio de arrepentimiento, esa recapitulación
tardía, es el cenit de la luz del conocimiento humano que se mezcla con la nube del temor. Juntas generan un resplandor opaco, reflejado en la
temerosa pupila que contempla la existencia desnuda y desgarradora, la tragedia
inevitable, la cárcel que significa el
cuerpo para un espíritu demasiado carnal, tanto, que no puede evitar morir en ella.
Bajo esta larga y fulminante luz, que es la conciencia terrible de la mortalidad, la vida se torna una prorroga prestada por la muerte. Atesoramos avaramente cada segundo. ¿Qué esperamos conseguir con ello? ¿Qué hacer sino gritar desesperados ante la peste
redentora que nos elimina constantemente? ¿Por qué el alma caprichosa se
niega a aceptar la ceguera que la nada supone, y busca, tanteando, arañando, invidente, alguna señal de Dios? Brilla una estrella amarga sobre la procesión del dolor.
Pero en el cortejo, en la propia marcha, hay un misterio.
¿Es simplemente angustia o temor lo que mantiene en velo al
alma arrepentida? A aquel ser perturbado por su finitud que se niega a festejar,
junto a juglares y amantes, los últimos momentos de una buena
vida, dulce como el vino. No, su semblante mira a la parca, la cuestiona, y espera en la oz una respuesta: pero ella,
como Dios, no habla. Porque la muerte no es nada.
Queda solo la marcha, la rodilla en el suelo, el pesado paso hacia un futuro harto conocido, la oscuridad total. La nada, el abismo, la peste. El cuerpo en llagas retorciéndose de dolor, la sombría eternidad indiferente y cercana. No hay misterio en eso. Si lo hay en el letargo. En el cuestionamiento interno, en el estallido de los nervios ante una verdad que no puede asimilar. Y luego el ensañado instinto espiritual del arrepentimiento. El voluntario martirio. ¿Qué Dios o qué demonio, qué pena o qué tortura, se busca expiar en el flagelo, con tal de evitar la serena verdad: morir es la nada?
Queda solo la marcha, la rodilla en el suelo, el pesado paso hacia un futuro harto conocido, la oscuridad total. La nada, el abismo, la peste. El cuerpo en llagas retorciéndose de dolor, la sombría eternidad indiferente y cercana. No hay misterio en eso. Si lo hay en el letargo. En el cuestionamiento interno, en el estallido de los nervios ante una verdad que no puede asimilar. Y luego el ensañado instinto espiritual del arrepentimiento. El voluntario martirio. ¿Qué Dios o qué demonio, qué pena o qué tortura, se busca expiar en el flagelo, con tal de evitar la serena verdad: morir es la nada?
Mejor sería festejar la finitud. Soltar al vacío una carcajada. Pero hay quienes no podemos. Animales de espíritu, huérfanos de
Dios y de Su Silencio asesino. Jugamos, sin Padre y sin Corona, al ajedrez con
la muerte.
“Los veo, los veo
Sobre ellos llega el cielo tormentoso.
Suben juntos el monte.
La Muerte severa los invita a danzar
Van cogidos de las manos.
Y, bailando, forman una larga cadena.
Delante va la Mismísima muerte
Con su guadaña y su reloj de arena.
El último lleva su laúd y camina de
espaldas.
Ya marchan todos, huyendo del amanecer
En una solemne marcha, hacia la
oscuridad.
Mientras, la lluvia lava sus rostros
Surcados por la sal de las lágrimas.”*
Marcos Liguori.
* Escena de El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman.
Texto basado en El Séptimo Sello (1956), de Ingmar Bergman.
Imágenes: El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman.
Imágenes: El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman.
Recuerdo haber realizado un informe para la facultad sobre la muerte en la edad media y me llevò a esta pelìcula. Muy atrapante y enigmàtica.
ResponderBorrarEs un tema fascinante. Conservás algo de aquel informe?
ResponderBorrarHola! Si todavìa lo tengo, pero es uno de mis primeros informes q hice para la carrera de profesor de lengua, de modo q te imaginaras lo q es. Me darìa mucha vergüenza compartirlo. Debe tener muchos errores.
ResponderBorrarNo hay problema con eso, son meros detalles académicos xD. Si querés pasármelo va a ser un placer leerlo.
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