El sueño del
barro produce beldades.
El valor de
una quimera, para un ciego, es incomparable. Brota del fangal de sentimientos
muertos una visión. Lo que no-es, la desgracia, el caos hedoroso que estanca
al ventoso ser en su desesperación, es el carozo de la felicidad.
Mal, arché podrido
Tu amor nos corona
Soñadores.
Cuando el Mar,
soberbia tempestad de Dios, arrasa nuestros muros y con ello nuestro corazón,
cuando el Mar, digo, nos escupe ensangrentados al barro y se retuerce, se marcha,
lo añoramos. Despreciamos al fango en que nos hundimos, e iracundos, nos
revolcamos en él, manchando nuestro dolor.
Sin embargo, ¿No es él, en tal destino, en la miseria, nuestro compañero?
El amable
barro nos ofrece morada en su pocilga. Acepta nuestro desprecio y nos consuela
con su fealdad. Sus hedores, laboriosos, hormigas inquietas, gestan en el alma
podrida los nuevos nervios que buscarán la belleza, y con ella, la suave brisa del
deleite.
“Experiencias dolorosas preparan los
ojos limpios que verán a Dios”.*
El pulcro
barro. La mancillada arcilla que limpia nuestros
prejuicios y nos sume en el torbellino de pasiones que, con ilusoria sevicia,
castiga nuestra alma, puliéndola.
El topo,
ciego y manchado, abre los ojos. Tiñe el fango con diversos colores y su testa
embellece, dando, en la funesta desesperación, en el peor mal, el hermoso contraste
que hace deseable y felíz, adorable joya, una vida sin sentido. En la profunda
miseria, y sólo allí, se responde un para qué.
Mi reino es
vasto, porque soy pobre.
Texto basado en Himizu(2011), de Sion Sono.
* La Biblia Latinoamérica, Edición Pastoral.
Imágenes: Himizu, de Sion Sono.
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