sábado, 24 de enero de 2015

El exilio




(Elisabeth Volger, paridgma del alma atormentada y auto-exiliada frente al horror que le produce su propia animalidad, y la del mundo.) 

Antes las dificultades punzantes de la situación existencial humana, la sociedad está organizada para reprimirlas con la vida urbana y la sistematización de las vivencias y las emociones.  Cuando ese sistema falla en determinados casos,  y se entra en una crisis de identidad,  la reacción es clara: el exilio. El hombre se refugia en lo  más profundo de su ser, en su propio ego, a modo de cascarón.  Naturalmente, para que el cascaron se mantenga en condiciones, el espacio debe ser fortuito. Así, el hombre urbano se auto-exilia de las dificultades en un ambiente natural propicio, quieto, estable, donde pueda encontrar la armonía que cicatrice las heridas de su ser. Sin embargo, no se trata sino de otro método de represión: el cuestionamiento existencial y el espíritu caótico también son silenciados. Esa naturaleza tan digna y armoniosa devorará el ser. Es solo la calma que precede la tormenta. La introversión no es en ningún caso una salida triunfante. Dicha soledad no es sino un acto de cobardía y egolatrismo. Una oda al solipsismo, la negación rotunda de la voluntad de los demás seres y la deificación del individuo y el propio ego por sobre todo el mundo.  El hombre se aleja de la comunidad que lo devora, tan solo para cambiar de depredador: ahora es comido por su propio ego. 




(El espacio urbano es cruel con el animal.  El sujeto huye hacia espacios donde la represión no sea dolorosa.)


Encantado y enamorado de su propia percepción, el hombre exiliado ha encontrado la trascendencia. Receloso, guarda y atesora inmundamente los breves estados psicológicos que le causan felicidad. Se estremece de placer al reposar cual enfermo sobre una cama de hojas rodeado de árboles y belleza.  Esta satisfacción es comparable a la de un sujeto que padeció fiebre y piensa que ha hallado la dicha  cuando esta cedió. El exilio no es sino una ilusión ególatra: pues nosotros, mirando al exiliado, ¿Qué trascendencia hallamos?



                       (Elisabeth se horroriza de nuevo, pero no puede enmudecer dos veces.)


(La represión del animal en el exilio es ensoñadora, pero es represión. )


Ante la dificultad urbana y la represión de los impulsos, debemos hacer el movimiento inverso. El hombre debe emerger hacia arriba. Dar un grito de ahogado y tomar aire de una manera violenta. El vello,  los dientes y las uñas, deben crecer.



                                                                               (Victoria Liguori)



Se debe buscar la trascendencia material, siempre y cuando esté guiada y se complemente con la trascendencia emocional. El hombre debe impactar en el espacio urbano. En vez de entregarse a dulces depredadores en espacios mas tenues, debe luchar y retorcerse en su lucha contra el horror racional que significa el mundo sistematizado y alienante. Sus emociones no deben ahogarse ni reprimirse. Pues así obra el exilio, el hombre busca en el paisaje una pintura que le recuerde lo que perdió, y mira con nostalgia y melancolía la felicidad perdida. Por contrario, la voluntad debe ser completamente expresada. El caos emocional debe poder manifestarse en un orden material.  Para ello debe eliminar o limitar su ego racional y sacrificar la apropiación perceptual del mundo en pos de la expresión de la voluntad.




                                                     (El ego es devorado por el animal.)

El dilema de narciso:

De manera que el sujeto se encuentra en un dilema entre dos naturalezas. Una ligada a la racionalidad y a la apropiación subjetiva del mundo de acuerdo a la alimentación del ego. Poco a poco, el sujeto va devorando cuanto entre material y emocionalmente en el espacio y lo transforma en una pantalla diseñada para sus propios ojos. Cuando se siente agobiado, porque se ha alimentado de ambientes y personas tóxicas, se traslada a otros espacios mas naturales y saludables que den estabilidad a esa pantalla. Tanto en la ciudad como en esos espacios, el ego se expande apropiándose de cosas que lo lleven a la introversión y no lo separen de sí mismo. Cualquier aparato tecnológico es una clara prueba de ello. Un libro, una película, incluso este mismo texto es completamente funcional a un propósito: reducir el espacio natural del sujeto, llevándolo a un solipsismo extremo, donde se siente (a gusto) dentro si mismo, como si se hubiera devorado. Por contrario, la otra naturaelza, la que se quiere rescatar, es aquella que desborda al sujeto. Rompe el cascarón que el ego mismo creó consciente e inconscientemente, y hiere la piel de dicho individuo con su crecimiento feroz. Quiere salir de dicha prisión, quiere respirar y vagar libremente tanto en el acero como en la hierba. Por ello, toda materialidad y todo orden debe servir al emerger de este ser, de este animal. Solitario y en comunidad, no tendrá motivos ególatras, pues desprecia al individuo. Crecerá, brillará, y todo cuanto haga será para la comunidad. Pues el caos busca expresión, no comprensión.  ¿Qué espacio puede hacer esto posible? Como dije en textos anteriores, el arte y la estética, pues llevan en sus entrañas la materialidad y la emocionalidad juntas. El arte no es sino la manifestación de la voluntad y del anti-exilio.  Es transformación material y emocional del espacio. El hombre debe pelear por el espacio, y expandirse. Como individuo es imposible. Debe transformarse en comunidad, aniquilarse a si mismo. El medio y el fin es el arte. Veamos el caso de narciso:  El joven se enamora de su propio reflejo. Esto podría parecer una acto ególatra, pero no lo es. Narciso se enamora de su propia imagen, no de su propia percepción. Es acaso su percepción la que se enamora de su imagen. Es un acto, por contrario, de repudio a si mismo. Es el repudio a sí mismo en su máxima expresión. Pues lo que impide que cada uno de nosotros se enamore de si mismo o se vea como un extraño es la identificación  de nuestra imagen material con nuestra propia percepción racional. Narciso, en cambio, hace de su imagen natural una expresión completamente vacua de ego y de sí mismo.  El reflejo de narciso no refleja a narciso, sino al ser de la comunidad, al individuo aniquilado, al hombre (o al animal) de la multitud.*



*Véase el relato con el mismo nombre  de Edgar Allan Poe. 

Marcos Liguori

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