sábado, 10 de enero de 2015

Resucitar a Venus





Sin pretender un acto de carácter religioso o de fanatismo dogmático, el presente cuestionamiento aborda el perdido ideal de belleza, carente en toda escena. ¿Por qué seria importante resucitarlo? Más que todo es un elemento, un medio para un fin abarcador que podría completar la gran carencia moral y epistemológica de la condición humana. Porque la experiencia estética está ligada profundamente a la emocionalidad humana. Y la emocionalidad humana es lo que más se ha reprimido en nuestro mundo. De manera que lo que el resurgimiento de la belleza conlleva, es la inclusión en la sociedad humana de un factor más apegado a nuestra animalidad y a la fuerza caótica que la razón deja de lado. Paradójicamente, la belleza se transforma en el arma del caos, de la animalidad.

El imperio o la dictadura de la razón debe terminar, y el hombre debe darse muerte comprendiéndose como un animal. Esta visión brindaría numeroso aporte a todo ámbito tanto social, artístico, como científico. Se trata de matar el antropocentrismo que rige completamente en la actualidad, aunque la intelectualidad diga lo contrario. La posmodernidad ha resultado más religiosa que la religión. El poder de la razón, después de dos guerras mundiales, es más potente que nunca. No se puede resucitar a Dios para que haga del hombre un ser corrupto, pero si a Venus. Lo sublime, lo bello, acercará al hombre a su pequeñez, a su animalidad y el acto redentor consistirá en comprender el mundo y la verdad no desde un lugar reprimido, sino desde la completitud y la contradicción. La belleza llama a la emocionalidad, una fuerza más competente a mi parecer que la razón. Sin embargo, ésta no tiene que dictar tampoco. En ese equilibrio de criterio, todo moral se verá compensada y todo conocimiento direccionado. 

La noción de hombre, y de razón, sobreviven tras dos guerras. Eso no significa el fin de la ilustración, por contrario, es una demostración de su gran poder. Nos enfrentamos a un enemigo al que ni dos bombas atómicas han vencido.






        (La bestialidad de la razón, está en la máscara. El mundo moderno ha fracasado. Venus muere intoxicada.)


Sin embargo, ¿Se puede resucitar a venus sin resucistar a los dioses? Es una mirada curiosamente optimista la que dice que sí. Después de la muerte de los dioses, adviene la muerte del hombre. ¿Qué ideal de belleza puede sobrevivir a ello?  Ninguno, excepto el de la carne. El de la musa animal. La belleza se debe desligar del orden racional, y hacer de la forma bestial, estética. Resurgue emocionalmente el hombre contrariado, perdido, impulsivo, y su naturaleza caótica y animal empieza a crecer. En vez de reprimirla, con parámetros de belleza religiosos  o racionales que ya están muertos, el hombre debe atreverse a  ver la forma en la animalidad. Forma en el caos. Ninfa en la carne.



(El horror posmoderno, se convierte en arte y poesía)


Vease un poema de Rimbaud, que- excusando el anacronismo de citarlo en este escrito-  hace reconsiderar esta idea. El joven poeta escribe, en SOL Y CARNE:


Y al ser fuerte aquel Hombre, era casto, era dulce.
¡Qué miseria! Ahora dice: yo conozco las cosas;
y ahora va, bien cerrado los ojos, los oídos.

Y sin embargo, ya no hay Dios. ¡Ya no hay Dios!
¡Hombre rey!
 Y aunque el Hombre ya es Dios, no hay otra fe que amor.


Más adelante, Rimbaud señala el mundo insultante moderno, el dominio del hombre: 

Y porque ya no es casto tiene que vestir ropas, 
pues ya ha profanado su orgulloso busto de Dios, 
y así ha empequeñecido, como ídolo en el fuego, 
su propio cuerpo olímpico en sucias servidumbres. 
Incluso tras la muerte, en esqueletos pálidos, 
quiere vivir, insultando la belleza primera. 
Y el ídolo en que pusiste tanta virginidad, 
la mujer, donde el barro así divinizaste, 
para que el Hombre pudiera iluminar su alma 
y así ascender despacio en un inmenso amor. 
¡La mujer ya no sabe ni siquiera ser puta! 
Bonita farsa ésta, donde el mundo se ríe 

del dulce y sacro nombre de la hermosa gran Venus



(Venus (lacerada) es evocada por el joven poeta, indignado ante tanto mal que le ha hecho el hombre a su alegre figura)


Pero mas adelante, en optimismo violento: 

Y nuestra razón pálida esconde el infinito, 
y queremos mirar; ¡la Duda nos castiga!
 
La Duda, triste pájaro, con su ala nos golpea...
 
Y el horizonte huye en una eterna huida...
 
¡El cielo queda abierto! Los misterios han muerto
 
ante el hombre, de pie, con los brazos cruzados,
 
¡en el gran esplendor de la rica naturaleza!
 
Canta; ...y el bosque canta, y hasta el río murmura,
 
una canción feliz que asciende a pleno día...
 
¡El Amor que redime, amor y redención! 




(El amor se encuentra en la exaltación de la carne)



Sinceramente, confieso que no tengo la más remota idea de si estoy interpretando fielmente este poema, pero el nivel de conmoción que me produce es impresionante. Veo claramente un genuino optimismo y una mirada que he buscado a lo largo de toda mi vida, y que encontrado  perdida en los versos de un adolescente  bohemio. Después de la muerte de los dioses, y  de la impertinencia de la razón que hizo del mundo una burla, en ese estado del sinsentido ,  pos-racional, pos-hombre,  el vigor de aquellos dioses resucita. ¿Cómo? En una oda a la carne, al amor y a la naturaleza.  No se necesita sacrilizarlos, ese tiempo ya pasó. En el animal, y su esplendor, se encuentra  lo que considero la resurrección carnal (o bestial) de Venus. Necesitamos darnos cuenta que después de Dios, reina el hombre, y ahora, es tiempo  de  coronar al animal.*





*Para entender la noción de animal de la que hablo, léase el texto en este mismo blog ,"El animal reprimido". 

Marcos Liguori



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