El acto de vivir se ha
tornado en la victoria del sinsentido urbano y ha aniquilado los
cuestionamientos propiamente vitales. Algunos anunciarán la debilidad de la
razón frente a lo que se podría llamar hábito, costumbre, o la simple acción de
la naturaleza. Esta fuerza nos obliga a vivir cotidianamente, más allá de
que nuestro sistema de creencias y valores no encuentren sustento para
justificar nuestra existencia en el mundo. Sin embargo, ¿No es capaz la razón
de comprender tal situación? Claro que sí. Entonces: ¿Cuál es la fuente de su
cobardía en la acción?. En épocas donde el fervor religioso es
practimente nulo, ninguna sociedad funciona en base a la seguridad que una fe pueda brindar. No necesitamos de una gran mente, (de hecho un infante
haciendo las debidas conexiones puede deducirlo) para vislumbrar que una vez
muertos, las funciones vitales humanas perdidas anulan la operación de la
conciencia y por ende, nada sobrevivirá a la descomposición de nuestro cuerpo.
Esto destruye cualquier sentido y valor moral y da al hombre la suprema
libertad de hacer lo que le plazca, pues después de muerto solo le espera la
nada eterna. Sin embargo, como podemos ver, Dios no está muerto. Las nociones
de verdad y la moralidad están lejos de ser inhibidas por la libertad humana.
Algo reprime al hombre, tan fuertemente como para mantenerlo totalmente
paralizado. Algo lo incita a creer en la verdad. Algo lo domestica en la bondad
y lo cultiva en el éxito y el progreso. Toda esta aceptación, es obra de un
somnífero, tan eficaz que cualquiera puede verificar lo que aquí se propone. La
derrota urbana del hombre es visible. Cualquier crisis, pérdida de valores, o
cuestionamiento intenso es completamente inhibido por el papel que el hombre
juega en sociedad. Resulta lastimero ver a seres deprimidos, que aseguran estar
al borde de sus fuerzas y no poder más con sus problemas, haciendo sus
labores burocráticas con completa normalidad. Los aparatos tecnológicos, los
medios de comunicación, la publicidad, y la aparente milenaria solidez del
estado moderno afecta de manera inconsciente la mentalidad humana, de tal forma
que cada cosa que vislumbre orden, se vuelve potencialmente perjudicial en este
sentido. Cada cosa que “marche bien”, aumenta la impotencia del espíritu
humano para expresar su rebeldía caótica, paradójicamente forjada por el
avance científico y la decadencia de la fé. Pues si hemos vuelto al caos
previo al orden mítico, y la razón se ha destruido a si misma, en la
acción se demuestra lo contrario. El espíritu caótico está inmovilizado
por la movilidad del mundo urbano. Por eso, a fin de propuesta, la completa
anarquía es la inacción. Mantenerse quietos hasta el absurdo, desperdiciar
(utilitariamente) la vida, pero sólo de una forma exagerada, es lo que podría
representar la victoria de la conciencia sobre el cuerpo. He aquí una
invitación que intenta hacerle justicia.
Marcos Liguori
Y si querés hacerlo más práctico acordate de la disciplina de los japoneses antiguos, que creían que el cuerpo y sus deseos eran una mierda básicamente jjajajajajja y también me hizo acordar al buda, que se sentó y abandonó absolutamente todo. hermoso texto amigo!!!!!!!!!!!!
ResponderBorrarEstoy esperando que publiques más...Me encanta como escribis :)
ResponderBorrarAca es donde todo empezo :O Hace tanto !
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