En
este epílogo me gustaría reivindicar de manera completa, a fin de cierre, a los
nervios condenados. Los nervios condenados no son sino el espectro animal que
he intentado a lo largo de mis textos hacer carne. La razón y los conceptos
reprimen una naturaleza salvaje que debería estar presente en nuestra vida. Eso
la dota de ambición y poder. Es lastimero ver como aceptamos las condiciones
que nos rodean. Aceptar es comprender. Comprender es razonar.
No
soy un fanático religioso ni un inquisidor respecto al conocimiento.
Simplemente pienso, como dije en uno de mis textos, que todo conocimiento sin
consecuencias prácticas es aire. Quien quiera encerrar a la literatura y a las
artes en meros estadios contemplativos e inmateriales, e imponer una
comprensión teórica y filosófica del mundo, debe tener mucho cuidado. Porque
está considerando que el saber es un bien en sí mismo. Sin embargo, no debe detenerse. Debe llegar
hasta sus máximas consecuencias. Debe poder razonar, con su preciada lógica,
que morirá y nada será. Si este saber le da un motivo para vivir, y este motivo
para vivir es solo contemplar el
saber, hemos de concluir que este hombre
es digno de ser ignorado. Los sabios son cobardes.
Por
tanto, en estos escritos me he dedicado a reivindicar cada parte negativa de la
naturaleza humana. Aquellas pasiones y esquemas que han sido derrocados por la
historia y condenados a no ser más. En las creencias que consideramos
erradas, en aquellos horrores y monstruos del razonamiento, se encuentra una fuerza vital que es mucho más
poderosa que la mera teoría aceptada por una convención académica. Las
creaciones, independientemente de su validación, tienen una fuerza de verdad,
un anhelo de existencia que se impone a cualquier análisis de juicios. Hay irrazones
y fantasías sedientas de realidad. ¿Por qué negarles la carne?
Los
impulsos humanos son muchos más valiosos que los conceptos, y en ello esbozo
una idea progresiva de animalidad. Nunca hablé de un retorno a lo animal, sino
un camino hacía el. Habiendo cesado el imperio de los dogmas en la ilustración
y muertos los conceptos humanos en los campos de concentración, la posibilidad de rescatar una parte de
aquello que llamamos “humano” la encuentro solamente en nuestra naturaleza
animal. La estética que ningún concepto
puede ya garantizar se encuentra viva y naciente en lo animal. Solo así es
posible de hablar de belleza sin resucitar a Dios. Sin rezarle a dogmas. La
emocionalidad constituye lo más noble de nuestra esencia. Los nervios
condenados redimen al hombre de su hondo y amargo futuro. Es cierto que
moriremos, pero ese es un problema de la razón. La muerte solo es una desgracia
para los sabios. Para los poetas es un
milagro.
Marcos Liguori
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