(Elisabeth Volger, paridgma del alma atormentada y auto-exiliada frente al horror que le produce su propia animalidad, y la del mundo.)
Antes
las dificultades punzantes de la situación existencial humana, la sociedad está
organizada para reprimirlas con la vida urbana y la sistematización de las
vivencias y las emociones. Cuando ese
sistema falla en determinados casos, y
se entra en una crisis de identidad, la
reacción es clara: el exilio. El hombre
se refugia en lo más profundo de su ser,
en su propio ego, a modo de cascarón.
Naturalmente, para que el cascaron se mantenga en condiciones, el
espacio debe ser fortuito. Así, el hombre urbano se auto-exilia de las
dificultades en un ambiente natural propicio, quieto, estable, donde pueda
encontrar la armonía que cicatrice las heridas de su ser. Sin embargo, no se trata sino de otro método
de represión: el cuestionamiento existencial y el espíritu caótico también son
silenciados. Esa naturaleza tan digna y
armoniosa devorará el ser. Es solo la calma que precede la tormenta. La
introversión no es en ningún caso una salida triunfante. Dicha soledad no es sino un acto de cobardía y
egolatrismo. Una oda al solipsismo, la negación rotunda de la voluntad de los
demás seres y la deificación del individuo y el propio ego por sobre todo el
mundo. El hombre se aleja de la
comunidad que lo devora, tan solo para cambiar de depredador: ahora es comido
por su propio ego.
(El espacio urbano es cruel con el animal. El sujeto huye hacia espacios donde la represión no sea dolorosa.)
Encantado y enamorado de su propia percepción, el hombre
exiliado ha encontrado la trascendencia. Receloso, guarda y atesora inmundamente
los breves estados psicológicos que le causan felicidad. Se estremece de placer
al reposar cual enfermo sobre una cama de hojas rodeado de árboles y belleza. Esta satisfacción es comparable a la de un
sujeto que padeció fiebre y piensa que ha hallado la dicha cuando esta cedió. El exilio no es sino una ilusión ególatra:
pues nosotros, mirando al exiliado, ¿Qué trascendencia hallamos?
(Elisabeth se horroriza de nuevo, pero no puede enmudecer dos veces.)
(La represión del animal en el exilio es ensoñadora, pero es represión. )
Ante la
dificultad urbana y la represión de los impulsos, debemos hacer el movimiento
inverso. El hombre debe emerger hacia arriba. Dar un grito de ahogado y tomar
aire de una manera violenta. El vello, los
dientes y las uñas, deben crecer.
Se debe buscar la trascendencia material, siempre y cuando esté guiada y se complemente con la trascendencia emocional.
El hombre debe impactar en el espacio urbano. En vez de entregarse a dulces
depredadores en espacios mas tenues, debe luchar y retorcerse en su lucha
contra el horror racional que significa el mundo sistematizado y alienante. Sus
emociones no deben ahogarse ni reprimirse. Pues así obra el exilio, el hombre
busca en el paisaje una pintura que le recuerde lo que perdió, y mira con nostalgia
y melancolía la felicidad perdida. Por contrario, la voluntad debe ser
completamente expresada. El caos emocional debe poder manifestarse en un orden
material. Para ello debe eliminar o
limitar su ego racional y sacrificar la apropiación perceptual del mundo en pos
de la expresión de la voluntad.
(El ego es devorado por el animal.)
El dilema de narciso:
De manera que el sujeto se
encuentra en un dilema entre dos naturalezas. Una ligada a la racionalidad y a
la apropiación subjetiva del mundo de acuerdo a la alimentación del ego. Poco a
poco, el sujeto va devorando cuanto entre material y emocionalmente en el
espacio y lo transforma en una pantalla diseñada para sus propios ojos. Cuando se siente agobiado, porque se ha
alimentado de ambientes y personas tóxicas, se traslada a otros espacios mas
naturales y saludables que den estabilidad a esa pantalla. Tanto en la ciudad
como en esos espacios, el ego se expande apropiándose de cosas que lo lleven a
la introversión y no lo separen de sí mismo. Cualquier aparato tecnológico es una clara
prueba de ello. Un libro, una película, incluso este mismo texto es
completamente funcional a un propósito: reducir el espacio natural del sujeto, llevándolo
a un solipsismo extremo, donde se siente (a gusto) dentro si mismo, como si se
hubiera devorado. Por contrario, la otra naturaelza, la que se quiere rescatar,
es aquella que desborda al sujeto. Rompe el cascarón que el ego mismo creó consciente e inconscientemente, y hiere la piel de dicho individuo con su crecimiento feroz. Quiere salir de dicha prisión, quiere respirar y vagar
libremente tanto en el acero como en la hierba. Por ello, toda materialidad y todo
orden debe servir al emerger de este ser, de este animal. Solitario y en comunidad,
no tendrá motivos ególatras, pues desprecia al individuo. Crecerá, brillará, y todo cuanto haga será
para la comunidad. Pues el caos busca expresión, no comprensión. ¿Qué espacio puede hacer esto posible? Como
dije en textos anteriores, el arte y la estética, pues llevan en sus entrañas
la materialidad y la emocionalidad juntas. El arte no es sino la manifestación
de la voluntad y del anti-exilio. Es
transformación material y emocional del espacio. El hombre debe pelear por el
espacio, y expandirse. Como individuo es imposible. Debe transformarse en
comunidad, aniquilarse a si mismo. El medio y el fin es el arte. Veamos el caso
de narciso: El joven se enamora de su
propio reflejo. Esto podría parecer una acto ególatra, pero no lo es. Narciso
se enamora de su propia imagen, no de su propia percepción. Es acaso su
percepción la que se enamora de su imagen. Es un acto, por contrario, de
repudio a si mismo. Es el repudio a sí mismo en su máxima expresión. Pues lo
que impide que cada uno de nosotros se enamore de si mismo o se vea como un
extraño es la identificación de nuestra
imagen material con nuestra propia percepción racional. Narciso, en cambio,
hace de su imagen natural una expresión completamente vacua de ego y de sí
mismo. El reflejo de narciso no refleja
a narciso, sino al ser de la comunidad, al individuo aniquilado, al hombre (o
al animal) de la multitud.*
*Véase el relato con el mismo nombre de Edgar Allan Poe.
Marcos Liguori