(El artista es la marioneta del Mal interior.)
La
humanidad comparte sueños y los devora en su propia esencia. Si es el
individuo, quien sacrifica su genio y funde con la especie, o si es la especie
la que se desangra y crea individualidades, no es algo que nos perturbe por
ahora. Sea como fuere, tenemos necesariamente, dos tipos de telones. Uno que
representa al mal individual, y otro al mal colectivo. ¿A qué me refiero con esto? A nada distinto
de lo que plantea Jung, a la sombra. Aquellos deseos, emociones, pensamientos,
y cualidades negativas que reprimimos y no reconocemos como constitutivas de
nuestro ego o cultura. La sombra es el mundo oscuro, el mundo excluido, aquél edén
maligno en que incesantemente se forjan las desgracias que perturban nuestra
serena paz. Es un telón rojo, que ausente, da sentido al escenario. Es la
inconsciencia oscura, en la cual cegamos nuestros peores y desagradables
defectos. No tardamos en crear un monstruo, negro, un animal, que hambriento,
se libera para ir a devorar flores color dorado.
(La represión racional crea un animal vivo y salvaje)
(Mas el animal no encuentra, por medio de esa razón, campos fértiles por donde errar)
(El animal se degrada y se retira a las sombras de la lógica racional)
(Victorioso, se alimenta a salvo, y disfruta de impartir mal desde la sombra)
Si
el animal individual, basta para desestabilizar la débil personalidad humana, y
llevarla a la explosión neurótica, ¿Se imaginan lo que podría hacer el animal
colectivo? No es necesario, tómese los más elementales de los manuales de
historia, o un libro de arte, y no se
tardará en descubrir que “la razón produce monstruos”. No quiero hablar más, ni
adornar este texto a fin de construir un estúpido halago al ego, como muchos
intelectuales encuentran en sus investigaciones. Llego a una rápida conclusión, a la cual ha
llegado mucha gente, incluido Jung.
Para
evitar al animal colectivo, y no ceder nuestra carne a la furia reprimida del
animal individual, ha de armonizarse lo salvaje. Ha de crearse una proporción
feroz, una forma caótica, una carne divina.
Me refiero a la expresión artística del animal, de la sombra, tanto
colectivo como individual
(Si decidimos montar al animal, y obligarlo a permanecer en el ámbito de la materia, se tornará manso al lobo).
Sin
embargo, no todos son artistas, ni tienen porque serlo. Me corrijo, todos deben
ser artistas, pero no a la manera que la academia lo exige. El artista mundano,
debe adoctrinar salvajemente a su animal, permitiéndole la expresión de su
esencia y su negatividad en su cuerpo físico y exterior. Cuando hablo de
exterior hablo también de pensamientos y emociones. Ambos, son materia y gozan
de la misma realidad ontológica que una mano, uñas, cabello, o corazón. Si el
individuo representa a su animal artísticamente, la fuerza expresiva del mismo
se verá incluida, y no reprimida
neuróticamente. Una vez vivamos en una sociedad de individuos animales, debemos
trabajar ahora en derrocar al monstruo que rige desde las sombras y hacerlo
visible. Hacer la sombra material. Y
hacer la sombra material social y cultural. El arte es el medio. Por ende, se
me ocurre como un factor fundamental la
propia estética y vestimenta. Como expresión a priori de la propia animalidad y
salvajismo divino. La vestimenta es la articulación individual, que se atreve
incluso a jugar un papel político en la sociedad. Es el grito salvaje del
individuo a su manada, a su especie, y toda la totalidad de la naturaleza. La siguiente propuesta, abarcará los textos
venideros, considerando la doctrina de la vestimenta, eje clave para la
expresión sana del monstruo interior que reprimimos, tanto individualmente,
como en el horror colectivo que se ha experimentado en todas las sociedades
genocidas a lo largo de la historia. El
mal no puede hacer daño en el arte. Por ende, trasladémoslo allí y hagámoslo
visible mediante la estética y no la guerra, los crímenes y la violencia
mundana. Materialicémoslo, y expiemos a
nuestra razón, que ahora acepta al animal como igual, de su horroroso pasado.
Para ello, materialicemos su animalidad, ¿Cómo?
Adornémosla con prendas y hagamos de la vestimenta la oda individual y
colectiva a monstruos que nos dañan desde las sombras, y que por contrario,
sólo nos harían bien si le arrojáramos luz, irracionalmente bella y material.
(La vestimenta, la sublime expresión de lo salvaje)
(La sombra individual, y por ende la colectiva, se hace materia individual, y por ende colectiva)
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