¿Qué pasa con aquellas realidades
que el lenguaje no puede alcanzar? ¿Con aquellos hondos abismos en los que la
emoción se pierde y no encuentra religión para aferrarse? El terror es la sensación de saber que uno mismo
es un invento. Y que frente a la negrura, ese invento es risible.
Me inserto en la tiniebla
Muerto mi verbo,
quedo atónito
Ante el mal oscuro
De mi divina piel.
Las sensaciones se convierten en la nueva
ciencia, pues muerto el concepto, resurgen con toda su furia. Instintos errantes, como animales, dominan el entramado de carne. Estos nervios espuman su propia verguenza, pues se dedican solo al esplendor del cuerpo. Para ellos la belleza es sólo física, porque no existe
vida interior. Su único lenguaje son gritos y gemidos, reservados a la oscuridad de la tiniebla.*
Sin embargo, la turbación es momentánea.
La estabilidad prevalece. El cuerpo se recupera de su fiebre y comienza a
pensar. Grandes catedrales hacen del abismo un digno enemigo. La corona promete
salvación. Y cumple.
Escupo dolores, místicos,
De mi acalorada razón
Me someto al cruel lenguaje
Y controlo terrores.
* Inspirado en la epístola de Judas.
Marcos Liguori.
Marcos Liguori.
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